Bebés y ancianos hoy
Los bebés que
nacen en estos días, llegan a un mundo de descubrimientos y avances
maravillosos que son prueba evidente del potencial y de la capacidad del
hombre. Pero desafortunadamente, también llegan al mundo del reciclaje, donde
les será sin duda arduo sobrevivir como seres de bien y si no lo impedimos,
sacrificarán a aquellos no responsables y a los responsables del deterioro,
víctimas de miopía.
Estamos –parece-,
en el mundo del antivalor, del “libre desarrollo de la personalidad”, concepto
que involucra grupos de dimensiones significativas en ambientes
gobernados por el EGO, donde todo lo que “a mi me conviene”, intenta
ganar respeto y alcanzar legitimidad lejos de lealtades o de cualquier tradición;
Se han desvalorizado los legados morales o éticos porque en la actualidad
incomodan generando descomposición en cualquier nivel de grupo o sociedad.
Pero
afortunadamente, este cinismo aun sorprende y encuentra rechazo. Somos muchos
aún quienes sin duda, saldremos adelante en la defensa de tanto que merece
perdurar. Este objetivo, obrar para un mundo mejor, no admite medias tintas ni
pactos débiles, tampoco requiere de obras heroicas ni resonantes. Quizás solo
se necesita el poder de un silencio individual y colectivo, pero que a la
vez, sea dinámico, actuante, beligerante y contundente; que permita trabajar
desde entornos con paz que permitan poner distancias y faciliten perspectivas,
para en conjunto, poder rediseñar el entorno generando espacios nuevos, más sanos
y positivos para quienes nacen en este tiempo.
No se llega
lejos sin el impulso del retroceso… resulta triste y decepcionante ver cómo
gente de noble casta y herencia; gente que nació privilegiada y rica en valores
fundamentales y ancestros de alto nivel por su calidad, sus obras, la pureza de
su sangre y trayectorias, más que por sus fortunas materiales, sucumbe ante la
manipulación de presiones frívolas, de leyes vacías como la del artificio, la
moda, la conveniencia cómoda, el egoísmo y la ambición desmedida, para
desfigurar la justicia, abandonar las responsabilidades, o, en el mejor de los
casos, vivir bajo la ley del menor esfuerzo.
La nobleza
obliga… pero, hoy y demasiadas veces, la nobleza se traiciona y a pesar
del lugar y nivel que por privilegio le corresponde, se desdibuja o borra en
medio del escándalo, el atropello o el abuso. Los conceptos de
honestidad, justicia, dignidad, lealtad y generosidad han desaparecido; también
la vanidad sana y el orgullo que resulta válido cuando surge justificado luego
de comportamientos irrefutables o por cumplir con responsabilidad un orden, el
deber natural, elemental de cada uno.
La
conciencia creciente de la propia mediocridad busca refugio y solución en la
búsqueda ávida del dinero por encima de todo, porque simplemente el valor
personal ya no constituye soporte suficiente. Se desdeñan los valores que no se
pueden adquirir; porque son esenciales en otros que nacieron con ellos, se
miran con desprecio o se presiona su sepultura. La música se cambió por ruido;
la poesía por jerga y vulgaridad; hoy no se entiende el amor,
menos aún el servir o apoyar a otro; hoy prevalece
la “química”… el interés egoísta, la codicia y el utilitarismo.
Se cierran los
ojos ante el buen ejemplo porque seguirlo demanda esfuerzos, en cambio la
mediocridad es camino fácil. El egoísmo –aparentemente-, resguarda y evita el
esfuerzo de compartir; más aún, el de apoyar o servir
al que lo necesita. Lo que separa a las personas ya no son las diferencias que
pueden resultar complementarias, sino los valores que no se
pueden negociar.
El anciano
se abandona porque ya su fragilidad demanda apoyo y esmerada atención; porque
por el peso de sus años ya no procura, se le pide aún más de todo lo que pudo y
alcanzó a dar. Se paga por despedirlo con soledad o se endosa la
responsabilidad que corresponde frente al final de su vida…
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